“Según el
diccionario de la Real Academia de
la Lengua, casta es un “grupo que forma una clase especial y tiende
a permanecer separado de los demás por su raza, religión, etc.”. Según el
diccionario de María Moliner sería
un “grupo constituido por individuos de cierta clase, profesión, etc. que
disfrutan de privilegios especiales o se mantienen aparte o superiores a los
demás”. Según la acepción académica (y popular) sería un grupo separado o
distanciado de las capas populares, con una situación privilegiada y ventajosa.” (A. Antón, Prof. Honorario de Sociología de la U.
Autónoma de Madrid). Faltaría una definición más: grupo que ejerce poder, sobre
áreas concretas de la actividad humana, organizando la sociedad según su propia
normativa.
La casta, fenómeno
omnipresente en todas las culturas e ideologías, genera un orden social estratificado
en base a alguna desigualdad, sea cultural, étnica, económica, anatómica o
sexual, desigualdad que es presentada como fundamental para el bien de la
colectividad. Con independencia de la “situación privilegiada” que analicemos, el
grupo dirigente impone criterios y obliga al cumplimiento de las normas por él establecidas,
so pena de recibir el castigo correspondiente, monetario, de marginación grupal
o de persecución social.
Hace unos días se
publicaba un artículo sobre gestación subrogada (GS), ilustrado con la
imagen de dos mujeres. Sonia que, camino de su maternidad, desnuda alma y vida,
y Kristin, la mujer que le está ayudando a traer a sus hijas al mundo. Dos
mujeres felices, cómplices, amigas, aliadas. Dos mujeres mirando al mundo. De frente. Sin disimulos. Sin códigos de barras. Orgullosas de su hacer.
La respuesta de
ciertos sectores del feminismo profesional no se ha hecho esperar.
La casta dirigente,
en este tipo de feminismo, basa su poder en la capacidad que se ha otorgado a
sí misma para decidir quién tiene derecho a reproducirse, de qué forma se
ejerce este derecho y a quién se conceden privilegios reproductivos. Desde su influencia sobre ciertos estratos
políticos (y su talento para acusar de “anti-lo-que-sea” a todo ser que no
comparta su opinión), ejerce su hegemonía sobre la vida reproductiva de las
demás.
Para ella las personas se dividen en dos categorías
sociales. Las capacitadas para llevar un embarazo a término, y ser madres, y
“las otras”: las malformadas, las cancerosas, las que paren hijos muertos,...
La marca, la señal anatómica que genera la división, ya no es el color de la
piel o el sexo; ahora lo es el útero funcionante, elemento esencial para definir
clases. Clases bien separadas, que ni se mezclan, ni se ayudan, ni colaboran,
pues sería una traición a la causa, una venta de principios o de cuerpo, un renegar de su
condición de aristocracia uterina. Con semejante programa, la ley reguladora ha
de ser segregacionista, debe prohibir todo contubernio anti natura entre gente
de calidad tan dispar.
Justificada por su
ideario, es la casta quien posee la adecuada moralidad para esclarecer “cómo se
construyen las legitimidades sociales”. Ella define la “propiedad” del feto; sentencia
que da “asco” que una mujer quiera ayudar a otra y se “espanta”
al ver que la sociedad evoluciona, “y que las mujeres son más tolerantes”.
Tolerantes, cierto es. Porque son mujeres; porque son capaces de empatizar con otras mujeres; porque
pueden entender el deseo de maternidad; porque la GS es una técnica usada, en
el 80% de las ocasiones, por mujeres. Porque son las propietarias de su útero y
quieren ejercer sus derechos sobre su propiedad sin que otras voces les digan o
les prohíban qué hacer.
La casta sostiene que el derecho a decidir no es un
valor a considerar (y si lo mencionas te acusan de manipuladora), pues las
mujeres son “tontas” y no saben qué les conviene en según qué temas. Por suerte
la casta está aquí para guiarlas y tutelarlas. Para pensar por ellas. Para recordar que “¿Puede la "generosidad" de la
gestante altruista poner en riesgo los derechos reproductivos del conjunto de
las mujeres..?” ¡Claro que no! y en prevención de riesgos, se les prohíbe el ejercicio de esos derechos y se custodia su
desarrollo. Una cosa es que la mujer sea dueña del útero y otra que haga con él
lo que le venga en gana.
Jaulas, jaulas y más
jaulas ahora construidas por el matriarcado.
Hay múltiples
feminismos que abogan por defender el derecho a la mujer a hacer con su vida y
sus capacidades lo que ella, consciente, viva y libre, desee hacer. Hay otros
que temen perder el cetro del poder y desean que pervivan situaciones de
injusticia social que les acredite. Los que a fuerza de ver el mundo color
violeta, han dejado de ver la vida en su realidad arcoíris. Los que a fuerza de
ver el bosque se han cegado para el árbol. Los que han olvidado a la mujer como
tal para percibirla como un ente al que dirigir en su paso por la vida.
La casta.
La casta.
Parirás a tus hijos…
dice la Biblia. Tus hijos, no los hijos de otra.
Por los siglos de
los siglos, Amén.
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