jueves, 8 de diciembre de 2011

De la fiebre y otras cosas



Esta noche mi hijo ha tenido fiebre.

A la 1 de la madrugada despertó llorando. Su cuerpo ardía. Lo envolví en mis brazos y se me aferró al cuello, enterrando su cara en mi pecho. Mi marido preparaba compresas mojadas y la jeringa con el paracetamol. ¡Le gusta tampoco al niño tomar medicinas que hay que engañarlo!

A ratos se adormecía y parecía relajarse pero volvía a gemir, a agitarse de nuevo, y sus ojos nos miraban pidiendo ayuda. Al final, pasadas las cinco de la mañana, acabo bajando la fiebre y se quedó dormido en su cuna.

A las 6 ha sonado el despertador y tras ducharme he salido hacia el trabajo.

Ahora, de nuevo en casa, con el niño durmiendo la siesta (parece que está mejor, gracias por la preocupación) el cansancio se nota más y para dedicar la mente a otras ideas me siento a leer la prensa. Nada ha cambiado respecto a otros días. Las noticias económicas lo inundan todo. La promesa de mejoría no acaba de ser real y, en medio de todo eso, descubro que hay gente que sigue empeñada en destruir mi familia.


Desean anular mi matrimonio. Desean decir al mundo que no tengo derecho a tener un hijo. A tenerlo y a que viva con sus padres: dos hombres.

Y, como hace casi siete años, esgrimen razones de peso. La primera y fundamental es que el matrimonio siempre ha sido igual a lo largo de los siglos. Es la unión entre un hombre y una mujer y siempre ha sido igual. Siempre ha sido así.

¿Siempre?

Leo en el Diccionario de autoridades de 1732 que matrimonio es un “contrato de derecho natural, que se celebra entre hombre y mugér, por mutuo consentimiento externo, dando el uno al otro potestad sobre el cuerpo, en perpétua y conforme unión de voluntades, el qual elevado a Sacramento y celebrado entre bautizados, se hace del todo indisoluble, en llegando a consumarle

Así era considerado el matrimonio hace algo menos de 300 años. De esta definición, en la actualidad se pretende hacer valer solo la parte de “unión entre hombre y mugér”. El resto no interesa a los “defensores del matrimonio”, muchos de ellos casados en segundas o terceras nupcias, con familias hechas, rehechas y reconstituidas, y que tendrían problemas para insistir en la definición anterior, pues ya no es perpetuo, indisoluble, sacramental y, que se sepa, no hace falta estar bautizado para casarse.

Imagino que por eso actualmente la RAE lo define como “Unión de hombre y mujer concertada mediante determinados ritos o formalidades legales”.

Algo ha cambiado drásticamente en la definición: ritos y formalidades legales. Eso es lo que da sentido al matrimonio actual. Ritos y formalidades legales, definidas por la sociedad en que se realiza y que es evidente que se pueden cambiar. Que se han cambiado.

La mujer ya no es propiedad del marido ni tiene que estar en casa con la pata quebrada, esperando un permiso escrito para poder trabajar. Ha cambiado lo que era la esencia del matrimonio no hace muchos años, la sumisión de la mujer, un ser inferior al hombre que era superior, masculino y dominante. Del crimen pasional se ha pasado a violencia de género.

Ahora, y alegando la tradición, se pretende que el matrimonio no siga evolucionando y ya no solo se deje de lado la subordinación de un sexo a otro, si no que se llegue a la situación natural (sí, natural) de la igualdad de los sexos para celebrar los “ritos y formalidades legales”.

Las sociedades humanas están en continuo cambio. Los inmovilismos siempre han estado presentes y siempre lo estarán. Pero serán superados. ¿O acaso una orientación sexual determinada es motivo suficiente para que una persona pueda formar una familia cuándo quiera, cómo quiera y con quién quiera mientras que otra persona con otra orientación no puede tener este derecho? ¿Dónde quedaría si no, roto y perdido, aquello de "Todos los seres humanos nacen libres e iguales …"?

Intentarán quitarme mis derechos. Tal vez incluso lo logren, pero jamás destruirán mi familia. Una familia que los inmovilistas son incapaces de defender de verdad por que no está en su esencia la defensa de la familia. Lo que defienden son sus ideas personales y sus aún más personales miedos.

No bajaré la cabeza. No podrán quitarme ni mi honor ni la grandeza de la familia que he creado con esfuerzo. Con mucho mas esfuerzo del que los “defensores” de esa familia, que dicen está creada para la reproducción (¿¿?¿), ponen en formar la suya propia.

Me levanto y voy a la cuna. Mi hijo duerme con una sonrisa en su cara hermosa. Creo que lo peor ha pasado y la fiebre se aleja de nosotros. Eso es lo que de verdad me preocupa.

Duerme, hijo, duerme, tus padres velan por ti.

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